lunes, 1 de abril de 2013

¿TRANSGRESIÓN O MASTURBACIÓN?


¿TRANSGRESIÓN O MASTURBACIÓN? *
Alberto Híjar

Imagen : Jorge Izquierdo

[…] El problema es que la globalización capitalista a lo que ha dado lugar es a que las relaciones entre premodernizad, modernidad y posmodernidad hayan dado lugar a un desorden mundial como nunca antes en la historia había existido. Y no había existido porque no había existido un modo de producción dominante que abarcara al mundo entero, en cambio el capitalismo es mundial por definición, por esencia. De modo que ahora que ya llegó a su fase terminal extrema hace que esas contradicciones que empezaron en el siglo XVI, produzcan este enorme desorden. Esta es una conferencia de economía política, pues sí, ya verán cómo tiene que ver con la performatividad.
El racionalismo nos convenció a lo largo de toda nuestra formación escolar de que no había otra manera principal y fundamental de conocer y de apropiarse del universo, que siguiendo ciertas normas, ciertas pausas de un corte contra la pasión. Desde la primaria fuímos disciplinados y esto ha sido terrible, de manera tal que, saber que las materias importantes son las que tienen fundamento físico-matemático y lo demás es eso: lo demás.
El racionalismo nos educa en una disciplina en que desde la primaria hasta el posgrado esto se nos repite de manera constante, tiene que ver con el uso del tiempo, es decir, está mal visto hacer el amor a las doce del día, por ejemplo. El tiempo está organizado productivamente, hace uno sus necesidades corporales de exoneración a las horas que no interrumpa uno el sistema productivo, hace uno el amor a ciertas horas en las que es bien visto hacer el amor, no a otras.
El racionalismo es un poder cultural paradigmático, en el sentido de que no es necesario decir las sentencias, está supuesto, está funcionando, su operatividad es fundamentalmente práctica: cada cosa en su lugar y un lugar para cada cosa –me repetía mi mamá desde que era chiquito– y me enseñó a ser abominablemente ordenado. Sobre esta base, este enorme caos económico-político que son los tiempos actuales, ha dado lugar a una crítica no sólo teórica sino también práctica al racionalismo. La crítica teórica ha sido hecha por importantes filósofos, citaré a los que me caen mejor que son los que formaron un instituto de sociología en Frankfurt, todo un movimiento que se conoce como Escuela de Frankfurt. Ahí, Walter Benjamín y Teodoro Adorno, y aún el entonces joven Haberlas (último sobreviviente), se propusieron reflexionar sobre las consecuencias de suponer que el racionalismo es la fundamental manera de vivir, de hacer, de conocer. Sus críticas fueron, son, implacables, lo mismo tocan al marxismo que reivindican la figura de filósofos no sistemáticos como Nietzsche.
[…] La Escuela de Frankfurt reivindicó, entre otras cosas, la asistematicidad y con ello también incursionó en modos de conocimiento que no tienen que ver con esa serie de pasos que nos enseñaron: los lógicos, los matemáticos, como garantía de producción de la verdad, sino por el contrario, reivindicaron modos poéticos de conocer, por eso les interesó tanto Heiddeger, por eso les interesó tanto la reflexión que emparenta y hasta identifica la verdad con el acto poético, con el conocimiento poético que nada tiene que ver con lo racional.
Con ese afán de los alemanes por sintetizar en una palabra este tipo de argumentación, me encuentro ahora en Vattimo con el uso del término Lichtung, que quiere decir esa iluminación en el bosque. Esto tiene que ver con el planteamiento que él remite a Heidegger de cómo la verdad, la certeza. se da por excelencia como ese rayo de luz que se filtra entre el tupido ramaje de un bosque en el que todo es penumbroso, en el que no se distinguen las diferencias entre los follajes, entre los troncos, sino que todo aparece oscuro y confuso; penetra el rayo y empieza a iluminar las maravillosas diferencias que constituyen la rica sabrosura de un bosque en su interior. Pues bien, eso es el conocimiento.
La Escuela de Frankfurt abrió la necesidad de reflexionar sbre esto y lo importante es que lo hizo desde la perspectiva abstracta de la filosofía, pero también lo concretó en una actividad tan importante de dilucidar como es al dimensión estética denominada así por uno de los más importantes teóricos de Frankfurt que es Herbert Marcuse. Casualmente en el 68 salió la producción del primer libro de Marcase en México –se tradujo aquí–, que es Eros y civilización. Marcase fue calificado por Díaz Ordaz como “filósofo de la destrucción”. Yo no sé si Marcase se enteró de esto que dijo Díaz Ordaz en su informe presidencial del 1968, porque seguramente le hubiera dado mucho gusto este “reconocimiento” de un poder arbitrario y criminal como el de Díaz Ordaz que reconocía como destructor a un filósofo. ¡Qué gran homenaje! Pero no es este el punto que quiero abordar sino el punto de la performatividad.
Si se deconstruye el racionalismo se deconstruye con él toda posibilidad de ordenamiento jerárquico de las cosas y toda manera de acercarse a esto por la postulación de sistemas, es decir, se nos “viene abajo” todo lo que nosotros aprendimos desde la primaria.
El racionalismo ha sido tan fuerte que ha sistematizado las cosas de tal manera que nos ha dividido en profesiones cada una de las disciplinas y sus lenguajes, de manera que ya nadie a estas alturas podría conocer en su totalidad las cosas. No solamente el racionalismo dio lugar a una teoría sino también a una fragmentación de la realidad que nos determina a todos nosotros. Cada quien a lo suyo, y esto entonces es lo que en estos momentos de crisis total del racionalismo ha estallado de manera tal de advertir que frente y en contra de la tradición racionalista, habría que postular otro modo de apropiarse de las cosas. Tendría que intentar hacer las cosas contra todo eso: ordenamiento, clasificación, jerarquía, etc. y proponerse la totalización.
Hay una hermenéutica racionalista, quiero decir, un dar a entender las cosas que parece no poder hacerse sin el dominio racional, por lo tanto, Vattimo y otros plantean: habría que producir una hermenéutica distinta a esto, una hermenéutica que no explique sino de a entender y aquí empezamos, quizá, a entendernos con los performansólogos, performancistas y performanceros. Porque parece que de eso se trata el performance, de dar a entender no de explicar nada. Un performance que explica ya fue fallido, ya fue otra cosa, ya fue una conferencia, cualquier otra cosa, es decir, un performance no explica y de ahí su emparentamiento con el happening, con aquella definición que daba Oscar Masota en los 60 cuando en aquel Instituto Torcuato di Tella en Argentina, había todo un equipo de reflexión sobre el happening: “simultaneidad en la simultaneidad”, y atinó, y algún día tendrá que ser reivindicado como un precursor de este hilo negro que están descubriendo los posmodernistas; la simultaneidad en la simultaneidad es esto que integra una realidad mucho más compleja, mucho más totalizada, mucho más sabrosa que esas clasificaciones, que esas jerarquías, que esos sistemas que el racionalismo pregonó como única vía para el conocimiento. Todo lo que hacemos parece, según el racionalismo, tener una sola dimensión y no es cierto, es decir, estamos todo el tiempo inmersos en esta simultaneidad. En la simultaneidad pasas muchas cosas simultáneamente, porqué entonces privilegiar una de ellas y decir: ésta es la bella, ésta es la buena, ésta es la verdadera. En momentos de crisis total de las culturas, habría que asumir que, bueno, ni hay ya definición de arte, ni hay ya definición precisa de comunicación, ni hay ya esta división entre las artes –que se sigue pregonando en las escuelas de arte– sino que más bien lo que ocurre es la necesidad ansiosa y angustiada de dar cuenta de la totalidad en la que se da esa simultaneidad en la simultaneidad.
En este sentido, hay quien propone como Ginzburg lo que él llama “paradigma indiciario”, que es esa capacidad para entender los indicios, las señales. Ginzburg, por ejemplo, narra una antigua narración árabe sobre los hijos del rey de Serendipo que son aprehendidos como indiciados por el robo de un camello cojo. Cuando se le pregunta al fiscal por qué los ha aprehendido, dice: “Es que yo les pregunté si habían visto ese camello y me dijeron: ‘Ah, sí, usted se refiere a un camello. Mire, nosotros venimos de acá del desierto y sí, claro, debe ser un camello cojo con pelambre café que lleva que lleva en el lado derecho un odre de vino y del otro un odre de aceite. ¿A ese camello se refiere usted?’ Ah, son los culpables, seguramente ellos lo tienen”. No, los hijos del rey Serendipo no hicieron más que leer las señales que iba dejando. Esta manera de entender las cosas, de comprender y dar a entender las cosas, es una manera tan prestigiada y tan aparentemente espontánea que todos la seguimos usando. Si alguien nos pregunta: ¿dónde está tu casa? yo estoy seguro que nadie dice 48 grados de latitud norte, asimud 46 y quién sabe qué, sino que nosotros decimos señales: te vas a encontrar una tienda en la esquina y un árbol caído, etc. Esta que seguimos usando y que parece ser un modo de comunicación y de conocimiento no deseado, no deseable, no científico, porque es no científico y no racional, es lo que reivindica Ginzburg, y hace una minuciosa descripción de descubrimientos científicos, de aportaciones artísticas que han estado fundadas en ese modo de conocer que nada tiene que ver con el racionalismo. Por supuesto hace referencia al Serendipiti, que es esto que un grupo de ingleses inventaron como homenaje a los hijos del rey de Serendipo. Toda una manera de dar a entender las cosas por vías no racionales.
Sobre estas bases, teóricos actuales hablan de performatividad como esta destrucción, este estallamiento de los órdenes de los sistemas que hace que la complejidad se imponga por encima de cualquier prden y que por lo tanto, la manera de comprender las cosas esté más bien fundada en la arbitrariedad concretada en lenguajes muy diversos. Lyotard y Vattimo hacen referencia a cómo esta complejidad extrema significada por sistemas de significación muy diversos –prefiero no llamarlos lenguajes para que no se confunda este lenguaje doblemente articulado con el que nos estamos entendiendo– con otros sistemas de significación, con las señas, con el insulto cifrado, etc., todos esos son sistemas de significación. Bueno, tanto uno como el otro hace referencia a cómo esto suele resolverse por la vía del terror y creo que aciertan, porque hay un terror de Estado impuesto por el racionalismo que es el que nos hace vestirnos de cierta manera, usar nuestro cuerpo de cierta manera. […] Aquí hay todo un sistema de prestigio y de poder sumamente fuerte, sumamente poderoso que determina el vestirnos, portarnos de cierta manera, de usar nuestro cuerpo, de usar ciertos ademanes. De ahí también este regocijo que nos produce Marcos cuando les falta al respeto a los funcionarios, cuando hace malas señales y todo esto, y cuando en lugar de responder así, sesudamente, a un comunicado de la Secretaría de Gobernación, responde con una interjección, porque ya no se merecen más. Sobre esta base entonces, la performatividad de la que hablan los teóricos, es esta necesidad de asumir la totalidad del universo por vías no racionales. Pero como esto tiene que ser comunicado, sino pues es masturbación absoluta, entonces esto tiene que dar lugar a sistemas de significación complejos. Y esto entonces se concreta en una noción que suelta Lyotard con un nombre muy sofisticado, la noción de “adlingüisticidad”, lo dice en su libro La posmodernidad explicada a los niños. La adlingüisticidad es esta intersección entre sistemas de significación muy diversos. De hecho, histórica y tradicionalmente, todos nos valemos de esta manera de comunicación compleja yo creo, que casi siempre. Esto es algo que tradicionalmente habíamos usado pero no nos habíamos dado cuenta porque entre otros cómplices del racionalismo, los artistas de la modernidad nos habían insistido que la pintura es una cosa distinta al grabado y aparte está la escultura y luego la arquitectura y luego el diseño y luego van inventando diseño ambiental y diseño de jardines y diseño de ciudades y el urbanismo. De manera que los artistas de la modernidad, a su manera, contribuyeron también a fragmentarnos algo tan importante como los sentimientos y las sensaciones. Hay críticos de arte que les da mucho coraje que poetas escriban presentaciones de los pintores o los escultores, bueno, nos quitan la chamba pero ¿por qué no? El racionalismo se nos impuso también con una jerarquización, con una sistematización de las artes que contribuyó a esta fragmentación de las artes, que contribuyó a esta fragmentación de la realidad. Cuando el desorden llega a una dimensión histórica y social sin par en la historia, es cuando la performatividad histórica y social es asumida por los artistas y los comunicadores, de manera mucho más válida, mucho más intensa que, a mi manera de ver, han hecho los teóricos. Es decir, desde Dadá sobre todo, ha habido este afán de deconstruir el racionalismo. ¿De dónde sino esos maravillosos manifiestos de Tristan Tzara? en los que parece no seguirse una cosa de la otra y de repente se encuentra uno una página de “grito, grito, grito…” y la palabra se repite por toda la página para terminar diciendo: “y en efecto, yo me encuentro muy simpático”.
Desde entonces estos artistas alertas ante el desastre de los órdenes, en aquel entonces por la Segunda Guerra Mundial, por la emergencia de algo tan aparentemente absurdo como el nazismo y el fascismo, estos artistas, además judíos, que asumieron su condición de perseguidos, de hostigados, construyen un modo de entender las cosas y de usar la significación que ciertamente arremete y transgredí a todo lo enseñado en las academias artísticas. De ahí la escultura de Marcel Duchamp y todo mundo esperándolo, llegó el maestro europeo tan famoso y lo que hizo fue llegar perdido de borracho, empezar a desabotonarse la bragueta, entonces las señoras salieron corriendo. Nadie entendió que esa era la ponencia, es decir, se estaba pitorreando de todos ellos. Era una interjección gestual equivalente al ¡Ja! o al ¡Uy! de Marcos como respuesta a las amenazas de este racionalismo […]
Entonces la performatividad es esta simultaneidad y con ello la necesidad de descubrir, de proponer maneras nuevas de conocer, de comprender, de entender las cosas. El performance, en ese sentido, creo que es la respuesta concreta de los artistas y de los comunicadores a esto que los teóricos están planteando desde la abstracción filosófica para los problemas del conocimiento. La réplica de los artistas que me parece mucho más clara, directa, mucho más concreta, es entonces el performance. El punto de partida puede ser cualquiera si todo es simultáneo, bueno pues, para explicar cualquier cosa yo puedo empezar de lo aparentemente más trivial, más débil, etc.
Foucault llamó microfísica del poder a todas esas pequeñas estructuras de dominación que precisamente por pasar inadvertidas son tan poderosas –esta necesidad de vestir de cierta manera, de mirara en un lugar específico y n donde tengo ganas, de portarse de cierta manera, etc.–. De manera pues, que los teóricos por su lado y los artistas replicando con este entrarle por cualquier terreno, por cualquier elemento, por cualquier procedimiento y con una capacidad que tiene que ver con la performatividad, es decir, la capacidad de volver acontecimiento lo que puede pasar inadvertido o lo que puede resultar una trivialidad, si esto tiene apariencia de autocomplacencia extrema, de obscenidad, de pornografía, de masturbación, habría que tratar de entender a quienes hacen estas cosas y no pretender fusilarlas. Orlan describe –en la conferencia que dio aquí– cómo uno de sus primeros eventos que fue ponerse desnuda de la cintura para abajo y con las piernas abiertas para que quien quisiera pudiera ingresar al evento La cabeza de Medusa, entonces a Orlan se le ocurrió, en plena menstruación, abrir las piernas, teñir la mitad de su vello público de azul y poner una lupa frente a ello para que quien quisiera pudiera contemplar esto. Habrá a quienes les escandalice esto, entre ellos a mí, que no sólo tengo el aspecto de cura sino una formación católica, apostólica y romana, me hace estremecer frente a tanta obscenidad, pero habrá otros que digan: “Bueno, tratemos de entender. ¿Qué no toda esta cuestión de la Medusa implica ciertas relaciones simbólicas? ¿Qué no es válido usar el propio cuerpo para significar?”. Yo diría que por lo pronto tomemos nota y no digamos: “Vieja perversa, miserable, vamos a pedir su expulsión de México…”.
Aún lo que parece masturbación, pero también la transgresión con orientación política, evidentemente tienen como problema el producir un acontecimiento y volverlo un acontecimiento comunicable, así sea un sinsentido, el sinsentido también se comunica. Sobre esta base, hay un emparentamiento que me parece muy importante entre la reflexión de los teóricos y la práctica de los artistas, es decir, entre estos dos poderes que no se encuentran entre sí, se va produciendo una réplica fundamental al dominio racionalista y esto es lo que creo muy importante.
A lo que yo estoy llamando es a no reducir esto a una especie de universo de lo empírico, de reino de la autocomplacencia en el que todos nos aceptamos, “¡qué suave…!”, sino que a mí me parece un esfuerzo muy importante el que a un dinosaurio como yo se le invite a platicar con ustedes, a pesar del terror que esto me ha implicado. Es decir, que esto tendría que desarrollar no su propia teoría en el sentido de racionalizar todo esto, sino tendría que dar lugar a que la intersección de los sistemas de significación, es decir, la intersección de los lenguajes no fuera resuelta por la vía del terror. El terror puede venir de un lado y del otro: “Queda prohibido anuncios con viejas que estén enseñando los pechos”, pero también es un acto de terror el que se haga un acto de comunicación, un performance y entonces: “Nadie diga nada, si alguien dice algo, es un fresita y no entendió nada”, eso también es un ejercicio del terror, es decir, no acompañar todo esto con algo que de lugar a una reflexión, que le de sentido al sinsentido, que reivindique esta necesidad ciertamente importante, de hacer de la individualidad la personalización de la vida y de las cosas. Es decir, no pasar por un individuo más, como un número, sino como esa personalización que implica para mí significar las cosas y comunicar. Es decir, todos los eventos conceptuales, los performance, los happenings, me parece que tienen este sentido y que lo peor que podemos hacer es dejar abierta la arbitrariedad extrema, sino que tendríamos que encontrar ciertos modos como para ir comunicando. De ahí la importancia de este espacio que da lugar también a las reflexiones inevitablemente racionales.
Finalmente, quiero terminar haciendo alusión a esa palabreja de la hermenéutica tan querida por algunos posmodernistas, que hace referencia a esta necesidad de dar a entender las cosas, ya no de explicar, de describirlas, de sistematizarlas, de clasificarlas, sino de darlas a entender. Si en lago está siendo positiva la crisis actual del racionalismo y del capitalismo, es el dar lugar a una relativización de las culturas en las que ya nadie sensato, mínimamente informado, puede seguir insistiendo en que “la belleza es esto y no es esto otro” o “el arte es éste y no es esto otro”. Esta apertura, esta explosión que hace decir a Lyotard: lo que importa ahora es ver lo que está pasando y ya no tanto definirlo. Y a partir de lo que está pasando, tratar de explicárnoslo dentro de la totalización.
Hay dos grandes maneras que tienen que ver con el título de la plática: transgresión o masturbación, de hacerse entender y de legitimar lo que uno hace. Una es una totalización tan abstracta que a fin de cuentas quepa en ella cualquier práctica que se invente, en este sentido, una abstracción tan general no sirve para concretarla en un acto, en una práctica específica. Pero igual parece ocurrir con la autocomplacencia y la masturbación extrema, es decir, es un acto tan individual, tan extremadamente individual que mucho satisfará la curiosidad o la morbosidad de quien lo contempla y nada más. Yo quisiera poner como ejemplo a la propia Orlan. A todos nos estremeció estar viendo sus operaciones, el bisturí y la sangre y todo esto; y luego la narración que hizo de eventos tan terribles como la Cabeza de la Medusa. Sin embargo la mujer explica y dice: esto lo hago por esto y este retrato que llevo construyendo veinte años. Es decir, explica de qué se trata y en este sentido, la posible masturbación del individualismo extremo y radical se parece, se emparenta con la transgresión; descubre uno lo que quiere transgredir, ciertos modos de entender el cuerpo, ciertos modos de entender la piel, ciertos señalamientos de que el cuerpo es obsoleto a estas alturas. Citando a una compañera australiana: el cuerpo n sirve para todo lo que estamos viviendo ahora, por eso tenemos que tener tantas “extensiones” en la computadora, en el fax y en el teléfono celular, y en todo esto ya el cuerpo es una obsolescencia, por lo tanto hay que ponerlo en crisis y n seguirlo cultivando de la manera como lo hemos hecho hasta ahora. He ahí un caso en cómo el individualismo extremo y aparentemente obsceno, de mostrar lo que parece absolutamente privado –esa es a obscenidad– resulta un acto de transgresión que tiene un interés mucho más allá de lo que parecía ser un acto de puritita masturbación. En este sentido, obviamente, esto tendría que trabajarse para abrir la percepción, los sentimientos, las sensaciones, más allá de estos prejuicios racionalistas que nos formaron desde nuestra más tierna infancia o nuestra terrible infancia, hasta ahora. Y esto, por supuesto, tiene implicaciones morales y esto, por supuesto, da lugar a una ética no evidente pero sí eficiente.
* conferencia en Ex Teresa Arte Alternativo, V Festival Internacional de Performance, 25 octubre 1996.

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